domingo, 31 de enero de 2010

el infierno



Hacía ya dos días que había muerto mi abuela y, estaba destrozada. Casi no había dormido, ya que cuando lo intentaba, al poco me levantaba sudando y siempre tras una pesadilla, pero ese día no pude vencer al sueño y me quedé dormida. Pero no tuve más pesadillas, más bien mi vida se convirtió en una.

Cuando me desperté, ya no estaba en mi habitación, sino en una gran explanada desierta. Aquello era desolador. Al principio pensé que era otra pesadilla, pero pronto me di cuenta de que estaba despierta. Junto a mí, había una daga de extraña belleza que parecía llamarme y un papel doblado a la mitad de color crema, en el que ponía “busca a Carrigan” con una letra extrañamente parecida a la de la abuela. Me levanté y me puse en marcha sin saber muy bien a donde me dirigía. No sabía cómo encontrar a esa tal Carrigan, ni donde me encontraba, ni como había llegado hasta allí. Para empeorar todo un poco, no había ni un solo árbol y la pradera parecía no tener fin. El sol ya estaba en su zenit y hacía un calor asfixiante. Del suelo parecía brotar fuego, aunque tan solo era el aire que te quemaba por fuera y por dentro. ¡Aquello era un infierno ¡ Seguí andando y andando, pero no veía nada nuevo, tan solo la misma pradera y el mismo calor. ¿Es qué nunca se iba a poner el sol? De pronto, me di cuenta de que el calor no me afectaba tanto y que parecía ser parte de mí. Cuando me di cuenta de esto, por arte de magia a lo lejos, apareció una puerta. Corrí hacia ella aunque si alguien me hubiera visto, casi podría afirmar que volaba. Al irme acercando, vi que era una puerta enorme y majestuosa de madera de roble. Al llegar a ella, vi que estaba cerrada.

- ¡Carrigan- dije con decisión, pensando que podía ser una contraseña. Pero para sorpresa la mía, del otro lado salió una voz y a la vez se abrió la puerta.

- ¡Hermana, te he estado esperando durante un montón de tiempo ¡- ante mí se erguía una chica de belleza extrema. Le caía su melena negra azabache sobre los hombros y una túnica violeta le daba un aspecto elegante. Llevaba un collar que tenía un medallón con un círculo de azabache y en el medio, una estrella de oro. Era igual que el que me había dado mi abuela. Sus ojos eran grandes y profundos, pero lo que más llamaba la atención de ellos era su color rojo que parecía quemar todo. Era esbelta y no aparentaba más de dieciséis años. Al volver la vista de nuevo a su rostro me di cuenta de que me era vagamente familiar y de repente, todo me cuadró.

Carrigan, más conocida como Morrigan, era la diosa de la muerte y tenía dos hermanos más que junto a ella, algún día ganarían la gran guerra contra los Stuzs, unos temibles monstruos. Sus dos hermanos eran Badb y Matcha y según los mitos no se podría decir cual era más bella. Carrigan me había llamado hermana y yo me pregunté cual de las dos sería. ¿Badb o Matcha? Pero no pude pensar nada más, pues en ese momento el cansancio se apoderó de mí, y nada pareció importar más.